Por Alex Domínguez
25 marzo 2025
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En estos tiempos, muchos líderes religiosos se preocupan más por llenar templos que por llenar corazones con la verdad de Dios. Pero, ¿de qué sirve una iglesia abarrotada si lo que se predica no transforma vidas? Es preferible un pequeño grupo que ame la verdad y busque la presencia del Señor, que un auditorio repleto de personas sin fe, alimentadas por palabras que solo cosquillean los oídos, pero no transforman el alma.
La Biblia es clara al advertirnos sobre el peligro de una fe superficial. Santiago 3 nos llama a la prudencia en el hablar, pues la lengua tiene el poder de edificar o destruir. Muchos predicadores hoy en día buscan atraer multitudes con mensajes suaves y complacientes, pero descuidan el deber de proclamar la verdad, aunque duela. No se trata solo de hablar con elocuencia o emocionar a la congregación, sino de llevar un mensaje que confronte, transforme y guíe a la salvación genuina.
Sin embargo, también es cierto que donde hay iglesias grandes y está Dios, es algo importante, porque en Su palabra nos ha mandado a hacer discípulos (Mateo 28:19-20). El problema no es el tamaño de la congregación, sino si en ella está presente Dios y Su verdad. Una iglesia grande llena de Su gloria es una bendición, pero una multitud sin Su presencia es solo un espectáculo vacío.
La diferencia entre la unción y la presencia de Dios es un tema que también debemos analizar con seriedad. Muchos pueden tener unción, es decir, dones y talentos para ministrar, pero eso no garantiza que estén en la presencia de Dios. Sansón tuvo unción, pero cuando pecó y el Espíritu de Dios se apartó de él, ni siquiera se dio cuenta (Jueces 16:20). Hoy, muchas iglesias están llenas de personas con unción, pero vacías de la presencia de Dios. No basta con tener una oratoria impresionante, milagros o dón de liderazgo; lo que realmente importa es que la presencia de Dios nos respalde y nos santifique.
El profeta Ezequiel tuvo una visión impactante: la gloria de Dios saliendo del templo (Ezequiel 10). Esto nos lleva a reflexionar: ¿de qué sirve un templo lleno si Dios ya no está presente en él? No podemos conformarnos con multitudes, sino que debemos anhelar una iglesia donde el Espíritu Santo se manifieste con poder, donde haya arrepentimiento, santidad y una verdadera transformación de vida.
Además, debemos estar preparados para enfrentar la oposición cuando se predica la verdad. Aquellos que enseñan la palabra sin ofrecer bienes materiales como casas, yipetas o bendiciones terrenales pueden ser llamados locos o fanáticos. Sin embargo, recordemos lo que el apóstol Pablo escribió en 1 Corintios 1:27-28: "Sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es". Dios toma en cuenta a los humildes, aquellos que no se enaltecen, y los usa para llevar Su mensaje con poder.
Es momento de volver a la esencia del evangelio. No midamos el éxito de una iglesia por la cantidad de sillas ocupadas, sino por la cantidad de almas transformadas. No nos dejemos seducir por una apariencia de piedad sin verdadera relación con Dios. Como dijo Josué: "Yo y mi casa serviremos a Jehová" (Josué 24:15). Prefiramos una iglesia pequeña pero llena de fe, que una multitud que solo busca espectáculo sin anhelar a Dios.
Que el Señor nos dé discernimiento para distinguir entre la unción y Su presencia, y que nos ayude a permanecer firmes en la verdad, aunque eso signifique un templo menos concurrido. Porque al final, lo que verdaderamente importa no es cuántos nos siguen, sino a Quién seguimos.
Correo: alexdminguez@gmail.com
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