Por Alex Domínguez Germosen
21 diciembre 2025
16minutos.com /
■.- La Navidad llega como una pausa necesaria. Un tiempo que, más allá de las luces y los abrazos, nos invita a mirar hacia adentro. Y si hay un sector que necesita esa mirada con urgencia en la República Dominicana, es la clase política. Porque por años y con más fuerza en los últimos tiempos hemos visto un patrón repetirse, funcionarios y autoridades que, tras llegar al poder, terminan señalados o acusados por actos de corrupción.
Y muchas veces la raíz es más simple de lo que parece: se endiozan en el poder. Se sienten intocables. Se creen seguros. Se convencen de que el puesto es un derecho, no un encargo. Y cuando esa mentalidad entra, aparece la tentación peligrosa: enriquecerse de manera ilícita con el dinero del pueblo, como si el Estado fuera una herencia y no una responsabilidad.
Pero hay otro extremo igual de dañino, aunque sea menos visible. Son quienes quizá no roban, no desfalcan, no se manchan las manos con el dinero, pero se contaminan con algo que también destruye, el ego y el círculo vicioso de la adulación. Se rodean de personas que solo saben lisonjear, reír los chistes del líder, aplaudirlo todo y jamás decir una verdad incómoda. No corrigen. No advierten. No confrontan. Y cuando alguien se atreve a señalar un error, el funcionario no lo ve como una ayuda: lo vive como una ofensa.
Porque todavía, como suelo decir, tenemos a Trujillo detrás de la oreja: esa cultura donde muchos creen que todo el mundo debe bailar el merengue al ritmo del “jefe”. Y así, entre la soberbia del poder y el miedo a la corrección, se construye una tragedia política que termina repitiéndose, autoridades que llegaron con votos y con buenas intenciones, pero que acaban mal su gestión porque no supieron corregir su entorno, ni limpiar su equipo, ni escuchar al pueblo.
A otros, simplemente, les gusta el servicio hacia ellos, no el servicio a los demás. Quieren escoltas, aplausos, privilegios, trato especial… pero olvidan el principio más básico del liderazgo, quien no sirve, no sirve para liderar. Se vuelven mezquinos, caudillistas, dueños del cargo. Creen que todo les pertenece, pero no conocen la palabra solidaridad. No reconocen a quienes les ayudaron a llegar, ni respetan a quienes trabajan con honestidad para sostener una gestión.
Y claro, cuando llega el momento de la evaluación real la del pueblo muchos no pueden reelegirse, no por falta de capacidad, sino porque se desconectaron del ciudadano. No complacieron necesidades, no respondieron prioridades, y se encerraron en una burbuja donde todo “va bien” porque así lo dice el coro de los aduladores.
Sin embargo, bajo raras excepciones, existen funcionarios que sí entienden el poder como un servicio. Son pocos, pero se notan. ¿Por qué suelen tener éxito? Porque reconocen sus debilidades, administran sus fortalezas y vigilan su entorno. Se dejan corregir. Escuchan. Se rodean de gente que no les miente. Y eso los hace crecer. Por eso, cuando pasan por una posición o cuando permanecen en ella lo hacen bien.
Ojalá que esta Navidad sirva para algo más que compartir. Ojalá muchos en la política se sienten un momento a hacerse un autoanálisis. Una autocrítica real. Que se pregunten: ¿Estoy sirviendo o estoy siendo servido? ¿Estoy escuchando al pueblo o solo a mi círculo? ¿Estoy administrando con transparencia o buscando beneficios? ¿Me rodeo de gente valiente o de gente que me aplaude por conveniencia?
Porque el 2026 se acerca con un clima electoral donde la población ya aprendió o está aprendiendo a elegir y no a buscar quién la engañe. Por eso en los últimos procesos electorales hemos visto sorpresas. Por eso muchas encuestas fallan. Porque al final, el país real no está en un despacho: está en la gente. Y la gente decide.
Que esta Navidad nos devuelva el sentido. Y que el próximo año traiga una visión distinta: menos ego, menos caudillismo, menos corrupción y más servicio, más humildad y más respeto por el voto popular.
Por Alex Domínguez Germosén
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